viernes, 27 de enero de 2012

Maraton III-Donostia 2011 (y II)

La Carrera

No sé si por ser ya era mi tercera maratón o por qué, pero esta vez estaba menos nervioso que nunca. No estaba seguro, nada seguro, del tiempo que iba a hacer, pero no me infundía el respeto de otras veces. Estaba convencido de que la correría sin mayores problemas, y que, salvo lesiones físicas, la terminaría bien más pronto o más tarde. Seguían siendo los mismos 42 kilómetros de otras veces, pero estaba más tranquilo. Ya me los conocía. Puede parecerte que dos maratones no es mucho bagaje, pero sí que lo es. Me di cuenta cuando varios amigos, que la corrían por primera vez -y que estaban mejor preparados que yo- rebajaban sus expectativas cuando les preguntaban. Dudaban en salir a un ritmo más rápido, y algunos decidieron seguir a la misma liebre de 3:30 que yo, y ver luego qué pasaba. Ambos acabaron por delante de mí, y bajaron con facilidad de los 3:30. Bien mirado, es normal. No sabes muy bien a qué te enfrentas, por muy entrenado que estés (de hecho, yo, en mi primera maratón, salí con el objetivo principal de terminar, lo que ya me parecía un éxito).

De alguna manera, para mí también sería la primera vez. En esta carrera, a diferencia de las dos anteriores, ya no me acompañaría mi hermano. El saldría también, pero por su cuenta, a intentar bajar su marca. Con dos años acompañándome ya tenía bastante. Saldría con los de 3:15. Así que, en cierta forma, sería mi primera carrera solo. Aunque, ¿no corremos siempre solos? A mí no me importa entrenar solo. Es más, casi lo prefiero. Me centro mejor en mis sensaciones, sigo mi ritmo y no el de otros. En carrera hay quien sufre si no va en un grupo. No es mi caso. Fuera del hecho de que las liebres sí que te ayudan a mantener el ritmo correcto, no me molesta ir solo. Yo voy a lo mío y, en cuanto a sufrir…tranquilo, que en un maratón seguro que te toca una buena ración, vayas sólo o acompañado.
 
Recorrido de la maratón 2011

Esta vez madrugamos un poco más, por miedo a repetir los agobios de última hora con la entrega de las bolsas en la consigna del año pasado. Tanto que nos dio tiempo a tomarnos un café en un bar cerca del estadio. Todo eran corredores desayunando. Se cruzan miradas cómplices, se templan los nervios antes de la hora de la verdad. Allí coincidimos con varios amigos del pueblo, nos saludamos e intercambiamos nuestras expectativas. De allí a los bajos de Anoeta, nos cambiamos sin prisa y entregamos las bolsas. Zigor se pone los auriculares con mimo, ha preparado su mejor música para hoy. Hace un día maravilloso para correr. Frío, unos 7º, soleado, calentará algo para eso de las 12:30, cuando espero haber acabado. Escojo una camiseta sin mangas. Hoy el frío no va ser mi problema. Pero, por si acaso, me visto una bolsa de plástico por encima para calentar hasta la hora de salida.

La verdad es que, al final, no corrí sólo. Mi amigo-de-toda-la-vida, Iñaki, que se había preparado muy bien para su primera maratón y con el que tropezamos calentando, me acompañó durante gran parte del tiempo. Intermitentemente, eso sí, porque cada cierto tiempo se paraba para mear -cosa habitual en una carrera que, para la mayoría de la gente, dura más de tres horas- y me alcanzaba otra vez al poco rato. Si no hubiera tenido necesidad de parar, como fue mi caso, calculo que me habría sacado unos 3 minutos… más de los que ya me sacó. También aparece Bittor, justo en la salida.

Salimos detrás de la liebre, en el grupo –numeroso- de 3:30. Todo iba bien, los kilómetros pasaban rápido, las sensaciones eran buenas. Otro año más, repetimos sin querer la jugada. Cogemos un ritmo que nos lleva a adelantar al grupo poco a poco. Delante se corre mejor, con más espacio. Bebemos en todos los avituallamientos. Casi sin darnos cuenta estamos en la media maratón. Llevamos al grupo detrás. Pasamos en 1:43, demasiado rápido según las tablas del plan. Me pasa siempre. Está claro que para mí es complicado ser conservador en la primera mitad.

Los cinco magníficos, por orden de llegada.
 Había quedado en que me pasaban un par de geles de glucosa en la calle Easo. Me pego a la acera pero no veo a nadie conocido. Me preocupo un poco. ¿Qué va ser de mí sin los geles azucarados? No sé si influirán o no en el rendimiento pero, si tú lo crees así, ya te influyen. Por fin veo a Agur –mejor dicho, me ve ella a mí- y me pasa dos tubos dos del dichoso gel. Estoy salvado. Nunca sabes cual es el mejor momento para tomarlos. Yo espero a las dos horas de carrera para tomar el primero. Me guardo el segundo en el pantalón. Todavía me queda hora y media de correr, por lo menos.

Iñaki desaparece y aparece varias veces de mi lado. Siempre viene de atrás, con una facilidad que me impresiona. En la segunda vuelta, siento que me arrastra a un ritmo un poco alto, y se lo digo. Igual es que el cansancio empieza ya a hacer mella. Su mujer nos sigue durante todo el recorrido en bicicleta, junto a un amigo. Alcanzamos a algunos grupos que van por delante. Reconozco a Adrián, compañero de trabajo, y le saludo. Es su primera maratón, y días antes no tenía claro a qué ritmo ir. “Es que si vas despacio se te puede hacer muy larga” me decía. Hablamos. Parece que va bien. Corremos juntos varios kilómetros. Creo que dijo algo sobre el sufrimiento que venía venir. “Esto es una maratón, chaval, qué esperabas”, le digo. Luego se iría quedando atrás y acabaría muy justito de fuerzas, y “gracias a una chica que me llevo hasta el final”. (Después me diría que salió con los de 3:15, pero que incluso eso le parecía lento, y les adelantó. Así, con un par. La verdad es que hizo una Behobia muy buena. Quizás por eso pecó de optimista. Pero ya me habría gustado a mí hacer su tiempo en mi primera maratón).

Tras pasar por la Concha (Km. 31), recuerdo que nos preguntaron desde la bicis a ver qué tal íbamos. En ese momento estábamos los tres juntos. Mis amigos respondieron, que si bien, que si las piernas empezaban a estar cargadas… Yo ni contesté. Ya empezaba a sentir ese cansancio que va invadiendo el cuerpo paulatinamente, como si expulsara de él toda la energía poco a poco, hasta dejarte finalmente exhausto (¿o es la energía la que se escapa, dejando sitio al cansancio? Menudo lío). Sólo esperaba que el proceso no fuera demasiado rápido, y que me dejara llegar al final sin perder el ritmo. A Zigor le he visto cruzar ya fuera del grupo, no le está saliendo como esperaba su décima maratón.

A eso del Km. 33, subiendo por segunda y última vez la cuesta de Portuetxe, animo a mis neófitos compañeros de carrera con un “¡Venga, que esto ya está hecho!”. Pero no necesitan mucho ánimo, la verdad. Es más bien una señal de despedida. Siento que no voy a poder seguirles. Veo que se me van alejando poco a poco. El cuerpo no me permite ya más que aguantar. Lo que hasta entonces había sido un ritmo medio, casi matemático, de 4:56/Km. baja un poco, pese a ir cuesta abajo. Pese a mis deseos, el Km. 35 sería el último que haría por debajo de los 5:00.

En el Km. 36, como en un dejà vu, vivo la misma escena del año pasado. El pelotón de los 3:30, ya no tan numeroso, con la liebre a la cabeza, me adelanta a cámara lenta. Sólo que esta vez es un Km. antes. Me digo a mí mismo que hoy les sigo hasta el final, pero imposible. Sólo les aguanto unos cientos de metros, pero me asfixio. No puedo seguir su ritmo, que es solo infinitesimalmente superior al mío. No hay manera. Bueno, era algo que -aunque esperaba que no pasara- cabía esperar. Sé que el grupo llegará algo debajo de los 3:30 oficiales, así que aún tengo un margen. No me queda otra que sufrir, intentando que la distancia no sea demasiada. Lo paso un poco mal en esos momentos, dándole vueltas a la cabeza.

El ir acercándote a la meta, y me refiero a acercarte físicamente, no sólo a que te quede menos para el final -ya hemos pasado el último giro de 180 grados-, psicológicamente ayuda. No sé por qué, pero mentalmente visualizas el camino que te queda (Antiguo-La Concha-Easo-Errondo-Anoeta) y ves el final más cerca. No hay ya más idas y venidas. Al entrar en la Concha (Km. 38) parece que recupero un poco las fuerzas. Me parece que voy a buen ritmo, adelantando a varios corredores (cómo engaña la mente: en verdad, éstos serían los kilómetros más lentos de mi carrera, a un ritmo de unos 5:06 -unos 11 segundos peor por kilómetro que la liebre- lo que representa un retraso en meta de 55 seg.)

A falta de 2 ó 3 kilómetros echo el resto –es un decir, dadas las escasas fuerzas que uno tenía a esas alturas-. Fuerzo la respiración. Mis pulsaciones suben por primera vez de 160. Ya no tiene sentido conservar las energías. Siento que voy a acabar fuerte. Claro que eso significa 5:01/Km, más lento que al principio de la carrera. Pero para mí en esos momentos es mucho.

En la curva de entrada a Anoeta, cuando por fin dejas el asfalto, llena de gente, oigo un “¡Ése Iñaki!” que me pilla de sorpresa. Es Unai, que habrá venido desde Algorta a ver a algún otro amigo, y que me choca la mano sonriente. Los ánimos no vienen mal a estas alturas. Paso por el cartel del Km. 41. ¡Todavía un kilómetro!, pienso. No miro el reloj, para qué ya. Aguanto como puedo. Un fittipaldi me adelanta en la vuelta al mini-estadio. Ya me fastidia, a estas alturas. Al entrar en el estadio sabes que el sufrimiento está a punto de acabar, y esprinto como puedo. Busco a los míos en las gradas, pero no los encuentro. El reloj de meta marca ya los 3:30. No tengo claro si yo habré bajado de ese límite. Paro el cronómetro y lo miro: 3:29:11. Pues sí, lo he conseguido, otra vez

Llegando a meta en Anoeta, fresco como una lechuga, mirando el crono, por si acaso.

Disfruto del momento. Acabar una maratón, aunque ya lo hayas vivido otras veces, es una sensación de alegría muy especial. Más bien de satisfacción, diría yo. Es la culminación de un trabajo de varios meses con un esfuerzo muy intenso de varias horas. Creo que he terminado más entero que nunca... aunque eso no es mucho decir. Ya van tres.

No las tenía todas conmigo este año, como explicaba en El Previo, pero al final el resultado ha sido bueno. Incluso mejor que el año pasado, aunque solo sean 5 segundos. Además, no he sentido ninguna molestia física durante la carrera. Nada de lesiones pasadas, ni nuevas. Saludo a Iñaki, que anda por ahí todavía, intercambiamos impresiones. Él ha acabado fortísimo, sacándome casi 5 minutos en los últimos 9 Km. (¡eso significa una media de 4:24 en ese tramo!). Un fenómeno. Me encuentro con mi hermano. No está muy contento, no se ha encontrado como esperaba, y sólo ha hecho 3h:22. Otra vez será. Por mi parte, la carrera ha sido casi un calco de la del pasado año. Los parciales, casi iguales, con menos de 10 segundos de diferencia arriba o abajo. Eso sí, el pulso, un par de latidos por debajo. En algo se tenía que notar el entrenamiento extra de este año.

Tiempos parciales y ritmo medio  cada 10 Km.

Tras pasar por el avituallamiento de rigor en los bajos del estadio, y recuperar un poco el aliento, nos damos cuenta de lo cansados que estamos. Fuera nos espera la familia. Qué mejor forma de celebrarlo que comiendo en una sidrería, entre amigos. Aunque, la verdad, lo que más echaba de menos en la sobremesa era una cama para dormir la siesta…  

Los tiempos, para las estadísticas:
Zigor
3h:22m:28s
Iñaki
3h:24m:18s
Bittor
3h:27m:51s
Yo
3h:29m:11s
Adrián
3h:38m:50s

2 comentarios:

  1. Enhorabuena, veo que has batido el récord del mundo...

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    1. Oye, un error lo tiene cualquiera (1h:24m, en qué estaría yo pensando...)

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