viernes, 4 de diciembre de 2009

La Maratón

Llegó el día. El domingo, a las nueve de la mañana, en Anoeta, empieza la maratón. Si todo va bien, para éso de la una habremos acabado. Éllas nos van a acompañar, se supone que para darnos ánimo durante la carrera. Para los niños va a ser un pequeño madrugón, pero espero que les encuentren alguna distracción durante las cuatro horas, en las que nos van a ver pasar unas seis veces. Para después de la carrera, hemos quedado para ir a comer a una sidrería de Urnieta, con nuestras respectivas supporters, y otra pareja -un amigo-primo corricolari que va a intentar hacerla en tres horas, tres-. Eso es correr, Unai, y no lo mío.

Recogimos los dorsales el sábado por la tarde. Me sorprendo de que me den una talla S de camiseta, si yo siempre uso una M. "Es lo que has pedido, aquí lo pone" me dicen. Pues vale. Otros se quejan de lo mismo, algo raro pasa. Además, no dejan probarse la camiseta y cambiarla por otra talla si es necesario. Un detalle poco elegante para una prueba internacional, la verdad. Me dicen que además, la camiseta no es ninguna maravilla, ni de una marca reputada. La llamada Feria del corredor se reduce a un stand de Suunto, patrocinador, otro con camisetas de rebajas y alguno más por ahí. Un poco pobre. Será la crisis, digo yo, pero a la hora de cobrar la inscripción -40 euros- no hubo rebaja alguna.



No duermo del todo bien la víspera. Serán los nervios. Al fin y al cabo, aunque durante la semana no me he sentido nervioso, es mi primera maratón. Como siempre, escucho la radio con un auricular en la oreja, me relaja y me ayuda a dormir. Para las seis y media estoy definitivamente despierto. Habrá que desayunar antes de las 7, por si acaso (dos horas antes de la prueba). Recomiendan que sea ligero: yo tomo un café con leche, galletas y fruta. Hala, a despertar a todo el mundo.


El previo

Una hora antes estábamos ya aparcados, y vamos a cambiarnos al Palacio de Deportes, junto al estadio de Anoeta. Yo pensaba que íbamos temprano, pero está todo lleno de gente, las taquillas ocupadas, la mayoría ya cambiados, algunos calentando por la calle. Los servicios con largas colas a la entrada. Buscamos un vestuario que no esté lleno, vuelvo a sentir un olor familiar que hace años que no olía, el del réflex. Lo primero que me llama la atención es la cantidad de gente que corre maratones. ¿De dónde salen todos? ¿Qué les empuja a hacer ésta salvajada? Y también, si es tan interesante ¿por qué a mí no se me había ocurrido hacerlo antes? Me siento parte de un rito, de una celebración. Algo parecido a un concierto, un partido de fútbol de tu equipo...pero con la diferencia que aquí los protagonistas somos cada uno de nosotros.



Todavía no ha aclarado del todo el día. Está muy nublado, y el primer dilema es qué nos vestimos. Yo veo a gente con camiseta de tiras, y me digo "éstos vas a correr muy rápido, y no tienen miedo al frío". La temperatura es baja pero sin exagerar (unos 10º, creo recordar). Vamos, perfecto si no lloviese ni hiciera viento. Yo temo a la lluvia. No quiero estar cuatro horas corriendo con la camiseta mojada, así que el chubasquero me lo llevo. Unos culotes largos y la camiseta de la maratón, fina y de manga larga, y fuera. Zigor prefiere dos camisetas, corta y larga, una encima de otra (él va a correr por debajo de su ritmo, así que mejor que no se enfríe). Y las viseras. Entre que entregamos las bolsas en la consigna y demás, la verdad es que no nos sobra mucho tiempo. Pero no vamos a calentar -hay que ahorrar hasta la última gota de energía, me digo- así que no nos hace falta. Estiramos algo, y cuando vamos para la salida, nos encontramos con la familia, que habían desayunado tranquilamente en un bar cercano mientras tanto. Nos sacamos un par de fotos, y pitando a la salida.

La salida

Cuánta gente. Nos colocamos detrás de la pancarta de las cuatro horas 4:00. La verdad es que detrás nuestro no hay demasiados corredores, casi todos van a correr en menos tiempo que nosotros, !hay que joderse! Pero ¿cuanto corre la gente? (más arriba me sorprendía de cuánta gente corre, ahora me sorprendo de lo mucho que corren). Estoy un poco nervioso, o ansioso por empezar. No parece que vaya a llover por ahora, así que el chubasquero se enrolla y va a la cintura. No conozco a nadie alrededor. Espera, ¿ése de ahí no es Felix Iturbe, el ex-Robotiker y luego fundador y alma máter de B-kin software? Qué pequeño es el mundo. Le saludo. Para ambos es nuestra primera vez, "ya nos veremos por ahí", nos decimos.

Se da la salida, y esperamos impacientes a que los de delante se muevan para empezar a correr. Tardamos unos dos minutos en pasar por la pancarta de salida. Hoy en día, gracias al uso de los chips electrónicos, eso no importa. A cada uno se le calcula su tiempo real y no hay que empujar, ni intentar colarse en las primeras filas para salir antes. ¡Allá vamos! Los primeros pasos no se pueden llamar correr, pero poco a poco se abren huecos, y ya cada uno busca su espacio y coge su ritmo. Hay cuadrillas enteras que ocupan todo el ancho y no te dejan espacio para pasar, así que no hay más remedio que seguirles.  Tranquilo, no hay prisa. Zigor va a mi izquierda. Hemos quedado en empezar entre 5:40 y 5:30, ni más rápido -para no quedarme sin fuerzas demasiado pronto-  ni menos -que tampoco es cuestión de hacer esperar a las damas más de cuatro horas-.

El tema de a qué ritmo correr se merecería un post aparte, pero no soy yo el más indicado para escribirlo. Es la duda que asalta a todos los corredores populares: salgo a mi mejor ritmo posible, pero ¿y si a mitad de carrera estoy muy cansado...tengo que sufrir durante 20 kilómetros? Mejor salgo suave, pero...¿y si resulta que termino fresco como una lechuga? ¿Me tiro de los pelos por haber desperdiciado mi estado de forma y no haber mejorado x minutos mi marca? Bueno, se supone que ni una cosa ni otra, que los entrenamientos y las sensaciones te dicen a qué ritmo puedes correr. El problema es que, si te equivocas, son 42 kilómetros, que son muchos. La revista Runners dedica varios artículos al tema, y yo, aunque tenía más o menos claro que andaría por las cuatro horas, me decidí a hacer un test previo, el famoso 2 x 6000 (el resultado -aunque no es fácil saber si has hecho el test bien o no por cómo está definido en sí mismo- fue que debía ir entre 5:20, siendo optimista y 5:40, tirando a conservador).

Así que, una vez pasado el agobio de la salida y los primeros kilómetros en grupo, intentamos ir a es ritmo. Pero no es fácil. Las sensaciones son buenas (el entrenamiento se nota, gracias a Dios), el tiempo acompaña, y la gente te anima en cada esquina. Vamos fácil, y sin quererlo tendemos a ir más rápido. Si el cuerpo te lo pide, y ves que puedes...pues habrá que dárselo ¿no?. La primera vuelta -de unos 5 Km, que vuelve al estadio- se me pasa sin darme cuenta. Todo es nuevo para mí, la distancia, el circuito urbano, los avituallamientos, la gente que corre. De hecho, casi ni veo a la familia que nos anima tanto en la salida como en la vuelta. Tampoco veo algunos de los carteles que marcan cada kilómetro, así que mis registros son a veces de dos kilómetros, a veces de tres...es que hay muchas cosas en las que fijarse. Además, tampoco es tan importante llevar la cuenta de segundos al milímetro, más que nada es para poder verlo a posteriori.



Recuerdo haber leído a quien recomendaba que es mejor dejar el cronómetro en casa este día, y salir a disfrutar de la carrera. Pues éso debe ser lo que estoy haciendo, entonces. Recuerdo a un grupo de veteranos que llevábamos delante, todos con camisetas blanquiazules a rayas horizontales, donostiarrak. Nos costó un buen rato poder adelantarles, llevaban nuestro mismo ritmo, a pesar de que van hablando entre ellos y haciendo bromas ...y de que nos sacaban unos años. Es curioso cómo recuerdas a la gente que corre contigo. También me viene a la cabeza un corredor grande, que más parecía un remero por las espaldas y las piernas que lucía, con una camiseta que ponía "Sodupe", al que siempre veíamos delante nuestro.

Ya sólo nos quedan las dos vueltas grandes, que van primero hacia Gros y la Zurriola, el paseo de la Concha, llegan hasta los confines de Ibaeta y vuelven al estadio. Unos 18 Km cada una. Me encuentro bien, hemos subido el ritmo sin darnos cuenta, y bajamos de 5:30 varios parciales. No sé a qué se debe, puede que sigamos el ritmo de los que tenemos delante, o que simplemente nos dejemos llevar por las sensaciones. Veo a gente conocida de Algorta animando, no sabía entonces que eran sus mujeres quienes corrían y ellos eran los animadores. Al salir de las calles del centro al Boulevard se nota el viento frío. Yo me remango y des-remango las mangas varias veces durante el recorrido, según siento o no frío. Tengo la impresión de que los avituallamientos se suceden uno tras otro sin parar. La consigna es beber algo en todos ellos, aunque sea un trago de agua o medio vaso de Gatorade. Todos a los que he leído coinciden en que es fundamental beber desde el principio para no deshidratarse, así que,aunque nosea yo de mucho beber, habrá que hacerlo.

El recorrido frente a las playas de Gros y la Concha es la mejor parte. Aunque no estés para mirar el paisaje precisamente, de alguna manera te reconforta.  Llegamos a la zona industrial de Ibaeta, lo peor del recorrido sin duda. No sólo porque es más feo, sino porque tira cuesta arriba -se nota en las piernas-, hay varias rotondas seguidas y no ves dónde se acaba para dar la vuelta. (El tema del recorrido se trata precisamente en una entrada del blog de Antxon Blanco en El Diario Vasco, que analiza el futuro del maratón donostiarra). También hay menos gente en las aceras, claro. Por eso mismo es buen sitio para parar un segundo junto a un seto y hacer éso que llevas unos cuantos kilómetros aguantando: mear (sería ideal saber cuánto conviene beber, lo justo para hidratarse pero que no sobre nada). Tiene gracia que, dado el diseño del recorrido como una especie de estrella de tres puntas (Anoeta-Zurriola-Ibaeta), hay momentos en que te cruzas con los que van delante o detrás tuyo. Es entonces donde ves la cabeza de carrera, o los grupos de corredores que se amontonan tras los carteles de las liebres (2h:30; 3h:00; 3h:30...). Cada vez que me los cruzaba pensaba en qué clase de gente es ésa que puede correr tanto y tan rápido por pura afición. Zigor grita a su amigo Unai, que va con los de tres horas, en dirección contraria a la nuestra. No sé cómo puede conocer a nadie entre tanto corredor.



La cosa es que entre bebe aquí, pulsa allá, y mira cómo va aquél, estamos en el centro de Donostia y de allí vamos hacia Anoeta otra vez. No sé si los kilómetros por las calles del centro son más cortos o qué, pero volvemos a acelerar un ritmo que habíamos perdido en el desierto de Ibaeta (seguro que éso tiene más que ver con los ánimos del público que se agolpa en mayor número en las calles de ese tramo). Un nuevo encuentro fugaz con los ánimos de la familia y pasamos por la alfombra de la media maratón como flechas, en 1h:57 minutos. Yo no me paro a hacer cuentas, eso se lo dejo a él, que para eso lleva 7 maratones y va sobrado. Yo me ahorro hasta la energía de pensar, por si acaso. Pregunto a Zigor: "¿qué, vamos bien para las cuatro horas?". "Cojonudo, no hay problema" me dice. Yo no las tengo todas conmigo, no sé cómo acabará la cosa. "Bueno, la mitad ya está", pienso, "no estoy mal para llevar dos horas corriendo". Pero sé que el problema, en todo caso,  no está aquí sino unos 10 kilómetros más adelante.

La segunda mitad

En la salida nos preguntábamos si el ganador nos doblaría, y llegamos a la conclusión de que no era posible, que íbamos a pasar la media maratón en unas dos horas, antes de que él llegara al final. ¡Vaya par de listillos! Cuando sentimos los coches y las motos de la organización, pitando detrás de nosotros, nos damos cuenta de que el circuito no son dos vueltas, sino más. Y por supuesto que nos dobla. En la larga curva del pase de Errondo, que lleva al Estadio, nos arrimamos a la izquierda, al lado del bordillo, mientras seguimos corriendo mirando para atrás. Los gritos de ánimo se acercan cada vez más, y vemos pasar a Rafael Iglesias con cara de sufrimiento, pero como una exhalación. Le aplaudimos y le damos gritos de ánimo.Va a tal velocidad que enseguida le perdemos de vista. Es como de otra galaxia. Él va por su kilómetro 40, corriendo en solitario, sin liebres desde el 14. Haría marca personal y mejor marca nacional del 2009, con 2h10:44. Tres semanas después de haberse llevado también la Behobia. Ahí queda eso.

Nosotros a lo nuestro. Aunque me parece que algo nos contagió, porque le parcial que hicimos entre los Km 20 y 25 fué el más rápido de la carrera (27:11). Pasar por el estadio y pisar el tartán es una sensación agradable, te dices a tí mismo "sólo me queda una vuelta, y la siguiente vez entraré al estadio para llegar a meta". Otra vez pasamos por el centro. Hemos hablado de dejar los chubasqueros a la familia, ya no creemos que llueva. No es que molesten mucho -casi ni nos hemos dado cuenta hasta ahora que los llevábamos anudados a la cintura- pero cuantas menos molestias a partir de ahora mejor. Cuando paramos para dárselos, nos dicen que Unai está en el hospital, con un esguince de tobillo provocado al pisar una botella de agua en un avituallamiento. ¡Vaya faena! No sólo tiene que retirarse, sino que encima se lesiona. Ni siquiera sabíamos entonces si le veríamos luego en la comida. Parece que la organización tampoco se esmeró mucho cuando le vieron gritando de dolor en la acera. Aquí, como en tantos sitios, si no te quejas, ni caso.

Hasta el Km 30,  después de pasar otra vez por la Zurriola y llegar a La Concha, todo va bien. Recuerdo que íbamos detrás de una pareja joven, él corría desde el principio, ella se le unió en algún momento al pasar por el centro. Llevaba plátanos y una botella de agua para él. A eso se le llama apoyar ¿eh?. Recuerdo que le comenté a Zigor que ya empezaban las molestias en las piernas. Yo tenía la idea de que si me encontraba bien hacia el Km 30, podríamos ir algo más rápido hasta el final. Pero llegado el momento, pensé que mejor esperar al Km 35. Todavía nos quedaba más de una hora de carrera, y los finales de mis entrenamientos largos habían sido terribles, a pesar de ir bastante más despacio. Y luego estaba el muro, ese momento terrible en que se te acaban las energías, que se dice que aparece entre los Km 30 y 35, y que se asocia con el agotamiento del glucógeno y a tener que hacer uso de la grasa -menos eficiente- como combustible para continuar corriendo. Pero hoy me parece diferente. Ha sido diferente desde el principio. No sé lo que pasará, pero no creo que hoy choque contra el muro. Para eso ha tenido que servir el entrenamiento, la reducción progresiva, la carga de carbohidratos durante la última semana...y los geles de glucosa que Zigor ha traído. Nos tomamos uno a medias, y yo como un trozo de manzana durante el avituallamiento. "El otro más adelante, aún es pronto" me dice. Amén.

Al principio de la carrera hablábamos cada poco, comentábamos cosas que veíamos, esto o aquello. A partir de ahora las ganas de hablar van a ser cada vez menos. La zona del Antiguo-Ibaeta se me hace un poco difícil de pasar esta segunda vez.. Las piernas pesan cada vez más. Los pequeños desniveles no ayudan. La pareja hace un rato que la hemos perdido de vista, lo mismo que un corredor menudo, con las mangas de color naranja, que vino de atrás, compartió con nosotros una botella y corrió a nuestro lado un buen rato. A mí me parece que vamos como antes, sólo que un poco más jodidos, pero el reloj dice lo contrario.

Damos la vuelta en Ibaeta, Km 35, y ya no quedan más virajes. Vamos directos desde aquí hasta el final, es un alivio. Zigor abre el último tubo de combustible, dulce como él solo, cuesta tragarlo y respirar a la vez. "Lo podías haber abierto antes del avituallamiento, y no después" le digo. Habrá que esperar al siguiente para beber un trago. ¿Quién había dicho que a los 35 Km íbamos a cambiar de ritmo? Mejor, vamos a esperar a los 3 últimos Km, por ahora con aguantar ya me vale. Subimos un repecho y estamos en La Concha por última vez. Esta vez no veo a mi amigo Gimeno, que en la primera vuelta nos animó al pasar. Ahora me vendría bien. Me duelen los muslos. Es una sensación distinta a la de los entrenamientos, entonces me dolían más los gemelos; no es agotamiento, pero sí una molestia creciente. Intento buscar cada cartel de kilómetro con antelación, es como una necesidad, Km 37, Km 38... pulso el cronómetro pero no miro el tiempo. Sólo calculo los kilómetros que faltan: 5 Km para el final, 4 Km...Apenas hablo, me concentro en correr, en olvidarme del dolor. Ya llevamos tres horas y media corriendo, jamás en mi vida he corrido tanto. No hay muro que valga, voy a acabarla. Esto es una maratón, ¡joder!





El paso por el centro -deben ser sobre las 12:30 de la mañana- está lleno de gente. Nos animan al pasar, y se agradece. Aprietas los dientes, respiras hondo y corres lo mejor que puedes para intentar corresponderles, no hay otra forma. El Km 40 en el paseo de Errondo. Por aquí nos dobló el ganador, que lleva hora y media descansando, mientras nosotros seguimos aquí, todavía corriendo. Algún mérito tenemos también. Desde aquí al final las aceras están llenas, y gracias a los ánimos del público y a que ves el final cerca, tu esfuerzo no decae. El último avituallamiento nos lo saltamos, ya no es necesario, ya sólo queremos acabar cuanto antes.

Entramos en la zona del estadio, último kilómetro. Bueno, esta vez sí, vamos a dar lo que nos quede dentro, acelero el paso, Zigor al lado. No sé que habría pasado si llego a hacer la carrera solo. Seguramente sufriría más, e iría más despacio. La vuelta exterior al miniestadio se hace larga y corta a la vez, cuesta mucho, pero ya no importa, ya estamos. Vamos pasando gente que no tiene fuerza, o ganas, para cambiar de ritmo. Entramos al estadio, la meta está ahí enfrente. Hay poco público ya, me extraña, pero es normal si tienes en cuenta que de los 2.400 corredores que van a terminar la carrera hoy, más de 2.000 han acabado delante de nosotros, el 87%. Al dar la curva vemos a la familia gritando en las gradas. Saludamos, se agradece el apoyo de lo más cercanos, éllos saben lo que te ha costado llegar hasta aquí, que no son sólo estas cuatro horas. Zigor(*) sonríe, yo levanto el brazo en la llegada, orgulloso. Al cruzar la línea y parar, siento cómo las piernas me queman. Le doy la mano. Está hecho. Ya soy un maratoniano.

 (*) Su crónica de la carrera, la encontrareis entre los comentarios de correr x correr