Para mí éste año la Behobia es la antesala de la maratón, que llega en dos semanas. Aunque es imposible tomárselo como un simple entrenamiento. Al menos para mí. La carrera, el ambiente que te rodea, los amigos que te encuentras, las ganas de hacerlo bien, el público...hacen que la adrenalina circule e intentes dar el máximo.
Ya no recordaba lo que era el barullo de la zona de salida. Al haber tanta gente, tienes que presentarte con mucha antelación. Dos horas antes ya estábamos, mi hermano y yo, bajando del autobús que nos trajo de Orio. Todavía pronto para cambiarse, y no digamos para calentar. Paseamos de un lado a otro viendo la multitud. Miramos al cielo, no llueve, pero ya lo ha hecho, y tiene toda la pinta de que volverá a hacerlo. La gente hace cola en lo urinarios portátiles que han instalado. Hay muchos, pero parece que no suficientes.
Decidimos quitarnos ya los chandalls y elegir la camiseta. Zigor se pone una sin mangas. Yo la de Tecnalia, claro, pero me pongo una de manga corta por debajo, que saldré media hora más tarde y no quiero pasar frío. Nos ponemos uns plásticos como chubasqueros, que nos darán calor hasta la hora de salida. Entregamos las bolsas en los camiones de la organización. Justo entonces empieza a llover. Y ya no parará en todo el día. No nos queda otra que meternos a cubierto en la gasolinera, con decenas de corredores que esperan a la salida. Charlamos con algún amigo, que si cúanto vas a hacer, que si llevo tantos kilómetros en las piernas, que si el año que viene lo corro más tranquilo, sólo para disfutar...Se va acercando la hora de la salida y nos despedimos, cada uno a lo suyo. Nos veremos en la meta.
Veo la salida oficial como un espectador más. Pasan los favoritos como flechas. Esa no es mi carrera. Corro un poco por la orilla del río Bidasoa, donde reman varios piragüistas. Me fijo en la cantidad de gente que calienta, corriendo en manadas, dando vueltas como en círculos, con los plásticos y las camisetas de colores, sacándose fotos para el recuerdo. Me parece un rito, una celebración multitudinaria a la que asisto como espectador, como si lo viese todo desde fuera. Pero voy a participar. Participo.
La hora de mi salida se acerca. Voy hacia la zona de mi grupo. Son los dorsales blancos, los que no tienen tiempo acreditado, los más lentos, los últimos en salir. Intento colocarme al principio, porque seré -espero- de los más rápidos del grupo. Al menos correré libre al pricipio, pienso. La música ambiente y el speaker te hacen saltar. La gente está de buen humor, a pesar del mal tiempo. Es la culminación de un trabajo de muchos meses. cada uno en su escala, han -hemos- trabajado para hacerlo bien este día. Ponen música movida, que nadie se quede quieto. Recuerdo cosas como el China Girl de David Bowie, Give me Hope de Eddy Grant y el When the Streets Have No Name de U2 (que siempre que lo oigo me recuerda, inevitablemente, el inicio de aquel memorable concierto que les ví en Madrid, teloneados por Pretenders y UB40). Inevitable acabar saltando. El 'chubasquero' me sobra y lo tiro a un lado. Las cunetas están llenas de plásticos y camisetas que la gente usa mientras calienta y tira antes de salir.
Al dar la salida se libera toda la tensión contenida (que en mi caso debía ser mucha porque, como me daría cuenta al día siguiente al ver los parciales- hice el primer 5.000 exageradamente rápido; tanto que no lo mejoré en todo el trayecto; vamos, que hasta lo hice el más rápido de Robotike-Tecnalia, aunque al final Alex me sacó más de 5 minutos). Corremos fuerte, pero al poco rato ya alcanzamos a los de la salida anterior, que salieron 4 minutos antes.
Perfil de la carrera |
De todos modos, recobré viejas sensaciones, recuerdos olvidados por las calles de Irún; la subida a Gaintxurizketa, que hago necesariamente despacio para recuperar el aliento, y donde me pasan como una exhalación los etíopes que salieron detras de todos por un error; los toboganes camino de Lezo, cuyas bajadas me dejarían una agujetas considerables, y donde me pasa alguien de Tecnalia y me anima; veo un tipo en camiseta sin mangas con el todoterreno aparcado en el arcén y la música a todo volumen, agitando un palo enorme sobre nuestras cabezas, con una bandera pirata y la ikurriña juntas mientras nos grita ánimo; el puerto de Pasajes, sorprendentemente lleno de gente por lo que recordaba, y demasiado estrecho para pasar con comodidad, y donde alguien que no conozco -pero que no me importaría conocer- me anima por mi nombre ¡Aupa Iñaki! y me deja un rato descolocado, hasta que caigo en la cuenta de que el nombre va escrito en el dorsal; alcanzo allí a una liebre de 1:40 que salió con los dorsales naranjas, unos ocho minutos antes que yo; la llegada a Donostia por la cuesta de Miracruz, que subí con muchas ganas; ya llevaba rato viendo dorsales azules a mi alrededor, que habían salido once minutos antes; la bajada hacia la Zurriola, aquí voy a dejar lo que me queda; la recta del Kursaal, tengo que aguantar así hasta el final, vamos; el último kilómetro, que dicen que es comparable al de la maratón de Nueva York por el gentío que anima, pero en el que no me fijo casi; el Boulevard, la llegada que ya tiene que estar cerca, pero que no llega, ¿dónde está la meta entre tanta pancarta? el resuello que me falta, que recta más larga ¡por Dios!, los últimos metros, cruzo la meta, recupero el aliento...
Cruzando el Puente de la Zurriola, en la interminable recta de meta. |
Estos son los tiempos de los Robotikeros que hemos participado:
Alex: 1:31:15
Txutxi: 1:33:03
Yo: 1:36:39
Ibon:1:51:43