Bueno, mi segunda maratón se merece una entrada. Y de hecho la llevo escribiendo a ratos desde hace bastante. Pero entre que siempre encuentro algo que añadir, y que siempre encuentro otras cosas que hacer, pues no la acabo de terminar (entre ellas varias películas que han puesto en televisión y a las que no he podido resistirme, como Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima, El apartamento…) Así que voy a dividirla en dos partes, y aquí va la primera.
El previo: incertidumbre
La disputada en
San Sebastian el 28 de Noviembre ha sido mi segunda maratón. Llegaba dos semanas después de la Behobia, de la que hablé en la
entrada anterior. La verdad es que no las tenía todas conmigo. Dos semanas es un tiempo algo corto para recuperarse, si se disputan en serio los 20 Km, como yo hice. Lo ideal habría sido hacerlo tres semanas antes, que era precisamente cuando mi tabla de entrenamientos colocaba una media maratón. Además, los resultados no fueron los esperados (1h:32 máximo, decía el plan; 1h:36, dijo mi cuerpo). No sabré si fue porque salí demasiado rápido y eso me pasó factura; porque hizo mal tiempo, sin dejar de llover en todo momento; porque tenía aún encima los restos del catarro que se me ha vuelto habitual por estas fechas; o porque, simplemente, estaba cansado por estar cerca del máximo de entrenamiento de mi plan. Para colmo, el test de 2x6000 cuyos resultados el año pasado me dieron confianza en mis posibilidades, este año tampoco me fueron del todo bien.
También contribuía a la incertidumbre el cambio de plan del año pasado a éste. Aquél fue un plan para acabar la maratón, que ya me parecía bastante. Se trataba de correr cada semana un poco más de distancia, sin fijarse en el reloj. Llegando a un máximo de 30 Km en los entrenos largos de los domingos, tres semanas antes de la carrera. Este año, en cambio, como
veterano que era, mi objetivo era mejorar la marca - las casi cuatro horas del año pasado- y dejarla en 3h:30m. Así que busqué un
plan para ello en la revista
Runners, y me puse al tema. Éste también se basaba en entrenar cuatro días por semana -con más me resultaría difícil de seguir; quiero decir,
aún más difícil- pero bastante distintos. Aunque también se va aumentando el kilometraje poco a poco, y los domingos son los entrenamientos más largos, hay un día de series (o dos) y los domingos se corren los
progresivos. Cierto que no se llega a las distancias del año pasado, pero no sabría decir si sufría más entonces, cuando me llegué a tirar tres horas corriendo –desde Algorta a Bilbao, por toda la ría; y vuelta- o este año, durante las series asfixiantes, cada semana un poco más rápido, forzando al cuerpo a superar sus límites, o en las escasas dos horas de entrenamientos largos progresivos, siempre
in crescendo, lo que provoca unos kilómetros finales que resultan angustiosos. Hay defensores de las distancias largas, con la teoría de que hay que enseñar al cuerpo sometiéndole a condiciones similares a las de un maratón. Y detractores, que dicen que más de dos horas de entrenamiento es inútil, que ningún profesional las hace ya (claro, pero un profesional en dos horas corre casi los 30 Km que eran para mí interminables, digo yo). Bueno, este año podré comprobar en carne propia cual de las dos partes tiene razón.
Así que llegaba a la cita un poco preocupado, ¿Habré entrenado suficiente? ¿Me habré pasado con
El Plan? ¿Podré mantener el ritmo por debajo de esos 5 minutos/Km durante las tres horas y media? ¿O se me hará demasiado larga la carrera, y acabaré llegando destrozado y sin fuerzas, maldiciendo
El Plan, los progresivos, los cuatro meses de entrenamiento, las playeras de 100 € y el día en que se me ocurrió inscribirme otra vez en la maratón? Tenía clara una cosa, que destrozado iba a llegar en cualquier caso y que, si lo hacía por debajo de las 3h:30, iba a ser por poco.
Pues allí nos plantamos el día de autos, mi hermano Zigor -que iba a ‘acompañarme’ piadosamente por segundo año, en la que sería su novena maratón- y yo. Aunque intentamos llegar con tiempo, una hora antes de la salida, ya para entonces no quedaban taquillas libres en el velódromo de Anoeta. Otra vez me sorprendió la cantidad de gente que corre maratones. Aunque es verdad que a esta carrera viene a correr gente desde muchas partes de España. Nos cambiamos en los bajos del
estadio de Anoeta, en cuyas pistas de atletismo -que tantas veces maldecimos los aficionados de la
Real los días de partido- está la meta. Esta mañana amaneció por fin con el suelo seco, cosa rara en este otoño tan lluvioso. Dudamos de si llevar el chubasquero o no. Pasarte tres horas mojado con este frío –hará unos 5 grados- no es muy agradable, pero tampoco llevar un chubasquero a la cintura sin ser necesario. Un último vistazo al cielo antes de elegir la ropa que ponernos. Hay alguna nube, pero esperamos que no llueva demasiado. Decidimos abrigarnos bien para el frío, y confiar en que no llueva. Y acertamos. Apenas nos llovió durante la carrera. A punto estuvimos de llegar tarde a la salida, por la aglomeración que se produjo al dejar las bolsas en consigna (todo el mundo lo hizo a última hora, para no enfriarse esperando; poco sitio para moverse, voluntarios escasos y un sistema de rotulador-etiqueta para marcar las bolsas no muy adecuado). Algo a mejorar para el año que viene. Por fin salimos y nos colocamos delante de la liebre de las 3h:30 y, al poco, se da la salida.