viernes, 21 de enero de 2011

Maraton II-Donostia 2010

Bueno, mi segunda maratón se merece una entrada. Y de hecho la llevo escribiendo a ratos desde hace bastante. Pero entre que siempre encuentro algo que añadir, y que siempre encuentro otras cosas que hacer, pues no la acabo de terminar (entre ellas varias películas que han puesto en televisión y a las que no he podido resistirme, como Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima, El apartamento…) Así que voy a dividirla en dos partes, y aquí va la primera.



El previo: incertidumbre
La disputada en San Sebastian el 28 de Noviembre ha sido mi segunda maratón. Llegaba dos semanas después de la Behobia, de la que hablé en la entrada anterior. La verdad es que no las tenía todas conmigo. Dos semanas es un tiempo algo corto para recuperarse, si se disputan en serio los 20 Km, como yo hice. Lo ideal habría sido hacerlo tres semanas antes, que era precisamente cuando mi tabla de entrenamientos colocaba una media maratón. Además, los resultados no fueron los esperados (1h:32 máximo, decía el plan; 1h:36, dijo mi cuerpo). No sabré si fue porque salí demasiado rápido y eso me pasó factura; porque hizo mal tiempo, sin dejar de llover en todo momento; porque tenía aún encima los restos del catarro que se me ha vuelto habitual por estas fechas; o porque, simplemente, estaba cansado por estar cerca del máximo de entrenamiento de mi plan. Para colmo, el test de 2x6000 cuyos resultados el año pasado me dieron confianza en mis posibilidades, este año tampoco me fueron del todo bien.

También contribuía a la incertidumbre el cambio de plan del año pasado a éste. Aquél fue un plan para acabar la maratón, que ya me parecía bastante. Se trataba de correr cada semana un poco más de distancia, sin fijarse en el reloj. Llegando a un máximo de 30 Km en los entrenos largos de los domingos, tres semanas antes de la carrera. Este año, en cambio, como veterano que era, mi objetivo era mejorar la marca - las casi cuatro horas del año pasado- y dejarla en 3h:30m. Así que busqué un plan para ello en la revista Runners, y me puse al tema. Éste también se basaba en entrenar cuatro días por semana -con más me resultaría difícil de seguir; quiero decir, aún más difícil- pero bastante distintos. Aunque también se va aumentando el kilometraje poco a poco, y los domingos son los entrenamientos más largos, hay un día de series (o dos) y los domingos se corren los progresivos. Cierto que no se llega a las distancias del año pasado, pero no sabría decir si sufría más entonces, cuando me llegué a tirar tres horas corriendo –desde Algorta a Bilbao, por toda la ría; y vuelta- o este año, durante las series asfixiantes, cada semana un poco más rápido, forzando al cuerpo a superar sus límites, o en las escasas dos horas de entrenamientos largos progresivos, siempre in crescendo, lo que provoca unos kilómetros finales que resultan angustiosos. Hay defensores de las distancias largas, con la teoría de que hay que enseñar al cuerpo sometiéndole a condiciones similares a las de un maratón. Y detractores, que dicen que más de dos horas de entrenamiento es inútil, que ningún profesional las hace ya (claro, pero  un profesional en dos horas corre casi los 30 Km que eran para mí interminables, digo yo).  Bueno, este año podré comprobar en carne propia cual de las dos partes tiene razón.

Así que llegaba a la cita un poco preocupado, ¿Habré entrenado suficiente? ¿Me habré pasado con El Plan? ¿Podré mantener el ritmo por debajo de esos 5 minutos/Km durante las tres horas y media? ¿O se me hará demasiado larga la carrera, y acabaré llegando destrozado y sin fuerzas, maldiciendo El Plan, los progresivos, los cuatro meses de entrenamiento, las playeras de 100 € y el día en que se me ocurrió inscribirme otra vez en la maratón? Tenía clara una cosa, que destrozado iba a llegar en cualquier caso y que, si lo hacía por debajo de las 3h:30, iba a ser por poco.

Foto de la organización, recogida del blog Cansamontañas.

Pues allí nos plantamos el día de autos, mi hermano Zigor -que iba a ‘acompañarme’ piadosamente por segundo año, en la que sería su novena maratón- y yo. Aunque intentamos llegar con tiempo, una hora antes de la salida, ya para entonces no quedaban taquillas libres en el velódromo de Anoeta. Otra vez me sorprendió la cantidad de gente que corre maratones. Aunque es verdad que a esta carrera viene a correr gente desde muchas partes de España. Nos cambiamos en los bajos del estadio de Anoeta, en cuyas pistas de atletismo -que tantas veces maldecimos los aficionados de la Real los días de partido- está la meta. Esta mañana amaneció por fin con el suelo seco, cosa rara en este otoño tan lluvioso. Dudamos de si llevar el chubasquero o no. Pasarte tres horas mojado con este frío –hará unos 5 grados- no es muy agradable, pero tampoco llevar un chubasquero a la cintura sin ser necesario. Un último vistazo al cielo antes de elegir la ropa que ponernos. Hay alguna nube, pero esperamos que no llueva demasiado. Decidimos abrigarnos bien para el frío, y confiar en que no llueva. Y acertamos. Apenas nos llovió durante la carrera. A punto estuvimos de llegar tarde a la salida, por la aglomeración que se produjo al dejar las bolsas en consigna (todo el mundo lo hizo a última hora, para no enfriarse esperando; poco sitio para moverse, voluntarios escasos y un sistema de rotulador-etiqueta para marcar las bolsas no muy adecuado). Algo a mejorar para el año que viene. Por fin salimos y nos colocamos delante de la liebre de las 3h:30 y, al poco, se da la salida.

La carrera
Nos ponemos en marcha. El ritmo previsto es unos segundos por debajo de los cinco minutos por kilómetro. Al principio íbamos por delante de la liebre, y del numeroso grupo que le seguía. Mejor así, más espacio para correr. En seguida se forman los grupos de gente. Caras desconocidas que verás una y otra vez en las próximas horas. A veces les pasas, a veces les sigues, que al final se te hacen familiares: los tres amigos que charlan desenfadadamente, y que tienen un colega en bici que les pasa avituallamiento; el veterano con guantes que se mete entre mi hermano y yo, como sin querer separarse un metro de un ritmo que le va bien; las pocas chicas –ya son contadas las que corren el maratón- en nuestro grupo…

Al comienzo, con buena cara y los guantes puestos.
 La cosa va bien. El ritmo se hace llevadero. Los kilómetros van pasando sin novedad. Como siempre me pasa, algunas señales ni las veo, y no tomo los tiempos intermedios. Bebemos un poco en todos los avituallamientos. Yo bebo bastante menos que el año pasado. Nunca sabes si bebes demasiado o demasiado poco. Lo último puede conducir a la deshidratación, Lo primero puede hacer que tengas que parar durante la carrera a mear contra algún árbol apartado (lo que ya nos pasó el año pasado, y he visto este año a varios corredores tener que hacer) y perder algo de tiempo. Este año no va a ser necesario. A eso de los 20 Km aparece la familia, que tras levantarse sin prisa, ha venido a vernos en tren. Ya llevamos hora y media corriendo para entonces. Les dejamos los guantes, que ya nos sobran. Nos dan algún que otro suplemento energético para el último tramo. Empezamos la última vuelta. La siguiente vez que entremos en el estadio será ya para cruzar la meta.

Se dice que durante una carrera tan larga como la maratón hay muchas situaciones cambiantes y que te pasan muchas cosas por la cabeza. Pues quizás eso sea así para los que se juegan algo, los que llevan una estrategia, los que luchan contra los demás. Pero la verdad es yo sólo pensaba… ¿en qué pensaba? Pues creo que en nada serio. En seguir el ritmo, en mantener la postura correcta, en respirar bien, en coger una bebida en los puestos sin tropezar con nadie, en observar a los demás, en mirar al público…Creo que en eso –y en algunas otras cosas, de las que hablaré otro día- coincido con Haruki Murakami en su libro De qué hablo cuando hablo de correr, donde sostiene algo parecido: que cuando corre no piensa en nada importante, solo corre. Con respecto a lo físico, sólo esperaba que todo fuese como en la maratón del año pasado. No tuve altibajos, fue todo como muy fluido, con un suave -pero progresivo- declinar físico al final. Sólo espero que este año se repita algo parecido. Y si no resulta así… pues en su momento ya veremos qué se puede hacer.

Lo peor sería sufrir alguna lesión, algún tirón o un dolor que te haga la prueba insufrible. Este año he sufrido dos contratiempos durante los entrenamientos. Una contractura en un gemelo que me producía un dolor tan fuerte que cojeaba, pero que se  curó sola en pocos días para mi alivio y sorpresa. La otra fue antes de iniciar El Plan, un dolor en la rodilla que me hizo descansar un mes y me supuso empezarlo prácticamente desde cero…y sin que hubiera desaparecido del todo. Pero, afortunadamente,  nada de eso me pasó. Solamente tuve molestias musculares crecientes (a partir, eso sí, de media carrera; demasiado pronto quizás, en comparación con el año pasado). Al principio eran sólo señales, pero se fueron haciendo cada vez más apreciables, y volviéndose ciertamente desagradables en el último cuarto. Cada vez me costaba más esfuerzo seguir en el grupo que, por otra parte, se había ido reduciendo poco a poco. No debía ser el único. Una de las características de la maratón es que, al principio, la gente en carrera habla, se  comentan cosas, se bromea…pero según se acerca el final no se oye nada, cada uno está a lo suyo, no quedan ganas de hablar, bastante tienes con seguir corriendo. Yo, desde luego, tenía bastante. Y si normalmente no soy muy hablador, en esos momentos menos. En la segunda vuelta ya habíamos pasado por la playa de La Zurriola, y por La Concha. Bonito paisaje. Es curioso que, aunque corriendo no te fijas demasiado, de alguna manera sientes la belleza del entorno. Llevábamos dos horas y media, 30 Km en las piernas. Nos queda la parte de Ibaeta, las universidades y los pabellones industriales, un poco menos agradable. Lo bueno es que allí está el último giro de 180º, que se ve inconscientemente -aunque aún queden 8 Km- como el último obstáculo antes de la meta. Definitivamente, no es lo mismo correr por una zona industrial que por el paseo de la playa.

Llegando a meta. Los dos hermanos al mismo paso.


Recuerdo perfectamente cuándo me despegué del grupo de 3h:30. Fue en un avituallamiento, sería el Km 37. Me tuve que subir a la acera para coger un vaso, y paré un segundo para beber. Se me fueron sólo unos metros, estaban ahí mismo, a la vista, pero no era ya capaz de alcanzarlos. Ya no los alcancé. No iba mucho más lento que ellos, pero la distancia se fue incrementando poco a poco. Aunque yo tampoco me fijé demasiado en eso. Simplemente seguía corriendo. Ya no a un ritmo prefijado que hace un rato habría podido superar, sino lo más rápido que podía en esos momentos, aunque ni así llegara al ritmo anterior. Sabía que había bajado algo mi velocidad y sentía que me costaba mucho más esfuerzo que antes. Pero me sentía, dentro de lo que cabe, bien. Más que cansado, muy molesto, al límite, pero con fuerzas para seguir así hasta el final. Ya no quedaba mucho. ¡Habrá que apretar los dientes! Pasamos por el centro, el tramo donde más gente se agolpa en las aceras. Los ánimos se agradecen, tras más de tres horas de carrera. No es que te hagan ir más ligero, pero casi. Tres kilómetros, dos. Nos acercamos a Anoeta. Adelantamos a unos pocos, algunos van aún más justos que yo. Último kilómetro. Qué largo se me hizo, para mí fue un final asfixiante e interminable. Pasamos entonces al tipo que corre en bañador y un pañuelo americano en la cabeza por toda vestimenta. Entramos por fin en el estadio. Desde la contrameta creo ver terminar a un grupo. Serán los de la liebre, pienso. No estaban tan lejos. Miramos a la grada pero no encontramos a los nuestros. En la recta final veo el reloj sobre la meta, justo cumplir 3h:30 de tiempo oficial. Llegamos en 3:29:16. Homérico (que también ha caído El hombre tranquilo, de Ford, mientras escribía esta crónica). Como preveía, ha estado justo-justo. Abrazos. Satisfacción, inmensa. Emoción. Me parece que no hubo risas por mi parte hasta bastante después. Me duele, de cintura para abajo, todo. Nos movemos como zombies en fila india hacia el avituallamiento, despacio, con mucha dificultad. Parece que el sufrimiento generado por el esfuerzo durante tres horas y media se concentra, todo él, en las piernas. No obstante, en esos momentos, el disfrute es mucho, mucho mayor. Está hecho. Y van dos.

 Para terminar, una canción. Ya he comentado antes que esto de correr carreras populares tiene para mí alguna conexión con la asistencia a los conciertos multitudinarios, en cuanto a la comunión de almas y sentimientos que genera. Y cada vez más gente corre con música. Y esta canción de U2,  me parece especialmente indicada para esto -no hay más que ver cómo empieza- y emotiva a más no poder, y más aún en esta actuación (epic performance, como dice algún comentario):
I want to run / I want to hide / I want to tear down the walls /that hold me inside...

1 comentario:

  1. ¡Por fin! Ya había perdido la esperanza...

    Si la culpa es de "El Apartamento", entre otras, se puede perdonar. Yo tengo "El Hombre Tranquilo" en el pendrive esperando a una tarde lluviosa y de palomitas. Creía que nadie usaba ya la palabra "homérico"...

    Diría muchas cosas sobre la crónica, recuerdos que me han vuelto al cabo de dos meses, pero lo que me pregunto es otra cosa:

    ¿EN QUÉ OTRAS COSAS, APARTE DE LO QUE PIENSAS AL CORRER, COINCIDES CON MURAKAMI?

    No esperes otros dos meses para contestar, porfa...

    P.d.: otro día hablo de la maraton

    ResponderEliminar